dimanche, avril 7

La Habitación de la Soledad.


Le dije a Luz que la iba a cuidar esta vez, que no la iba a defraudar. “Te quiero como a nadie” le repetí. Su abrazo fue amoroso y acogedor, pero ella no me dirigía la palabra… 
Desperté y aquella ilusión se fue haciendo irreal poco a poco. En medio de la confusión matutina, mis lágrimas cayeron sin rumbo alguno. Mojaban mis mejillas y simplemente se perdían en el vacío. Aquellos sentimientos que cabían en esa pequeña gota de mí, iban más allá de confusión y tristeza. El miedo que corría por mis venas calentaba todo mi cuerpo y en mi corazón habitaban fuertes palpitaciones. No miraba a ningún lado, ni tampoco sentía el tacto de las sábanas al rozar con mi piel. Mi mente se había entumecido y no podía escapar. 
Y pronto llegó, mucho antes de lo que yo esperaba. Su mano, llena de vida y desgracia, alcanzó mi rostro y no hizo más que acariciarme aunque yo no sintiera absolutamente nada. 
Ese acto familiar me llenó de locura interna mas no podría lanzar grito alguno, aunque mi garganta me lo pidiera, aunque mis ojos se salieran de sus órbitas de la fuerza que provoqué al intentarlo. 
“Sé que me vas a cuidar” Me dijo medio entre sollozos. 
“Yo también te quiero” 

Ella era simplemente perfecta, cada centímetro de su piel y cada centésima de su persona tenía una esencia admirable. Compartíamos muchos gustos: solíamos mirar películas, escuchábamos música y leíamos los mismos libros. Ella me cantaba mientras yo me limitaba a escucharla y a soñar despierto. 
La habitación empezó a dar vueltas, como quien no quiere la cosa, su cuerpo se transformó en nada y volví a caer en un profundo sueño. 
Soñé con un mar pacífico y alentador, del que solamente me acuerdo el llegar de las olas a la orilla, mientras me mojaban mis pies dándome un placer majestuoso que recorría cada centímetro de mí. El placer se transformó en angustia y pronto volví a la realidad. 

Ella volvió a estar junto a mí aunque actuaba un poco extraño. Sus caricias fueron cada vez con más fuerza y murmuraba palabras que apenas podía oír. En sus ojos se veía una extraña mezcla de odio y de rencor. Esos sentimientos no me hacían sentir seguro y nuevamente intenté gritar y, otra vez, no tuve éxito. 
“¡Dejame en paz de una puta vez!” pensaba una y otra vez. 
Entre sus murmullos, distinguí un suave ¿pensaste que te ibas a escapar tan rápido? Y nuevamente me aterré. Mi cuerpo temblaba de pies a cabeza. 
De pronto sus caricias cesaron y sus manos se posaron suavemente en mi cuello. Empezó a desesperar y aumentaba la presión de sus manos sobre mí. No podía moverme y como antes, seguía mudo. La miré a los ojos y pedí perdón para mis adentros. Era mi culpa que ella estuviera muerta, era mi culpa que ella no estuviera aquí realmente. Me preparé para morir y ella entendió. 

Tenía grandes esperanzas de que donde ahora estoy fuera el más grande y desgarrador lugar. Pero luego de descender y ver que después de todo no hay gran cosa, una grata desilusión llevo sobre mis venas. Pensaba en ver soldados puro hueso ordenando a todos los malditos pecadores. Pensaba en ver al Gran Señor de los Fuegos dando órdenes macabras que toda la población tenía que obedecer. Soñaba con grandes puertas de hierro, emitiendo un sonido insoportable cada vez que un nuevo huésped llegaba al palacio. Pensaba en ver a los grandes perros negros de tres cabezas, pero no. El Infierno se limitaba solamente a una habitación pequeña, sin animales, sin fuego, sin estructura Dantesca ni nada que se le parezca. Era simplemente una habitación insoportable. Lucifer no existía, ni tampoco existían los círculos que La Divina Comedia describía. No existía nada. Simplemente esta estúpida habitación mal diseñada. No tenía reglas ni instrucciones, pero tampoco podía salir de allí. Simplemente inundaba la soledad. Toda una vida pecadora para conocerlo, toda una vida preparándome para lo que se venía… y nada. Pocos días, si se podía decir así ya que no tengo noción del tiempo, bastaron para darme que cuenta que lo que nos depara el infierno de un mediocre como yo, es a lo que más temimos en nuestra existencia. La soledad me atormenta y no hago otra cosa que pensar. Pensar y enredarme. Me doy cuenta que acá no existe tiempo, ni espacio, ni materia, ni nada. Solamente es toda la ausencia de presencia. Solo soledad eterna. 

El terror que sentía ahora no tiene comparación, todo aquello por lo que había pasado no se comparaba con esta mierda. Ver la triste realidad también me hizo razonar en que estamos empecinados a buscar algún motivo para vivir, cuando solamente encontramos uno para morir… 

Finalmente ella rompió mi cuello, desapareció y por fin pude gritar. 

El Doctor Fontana corrió y entró a la habitación de Víktor luego de escuchar aquél grito desesperado. Llegó tarde, pues se encontró con el cuerpo inerte y muerto de su paciente. 

2 commentaires:

  1. Me encanta tu foto de perfil, no se si es nueva pero tenía que decírtelo.
    La perspectiva de este texto me parece exquisita, así sin tapujos.
    Ella rompió mi cuello...

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  2. Al final lo publicaste :)

    Que genial, me encanta releerlo.

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