lundi, juillet 27

El jefe

Me siento mareado, no sé si es por la presión que me genera la adrenalina o si es por el alcohol que tomé para poder enfrentarme con mi otro yo. Quizás sea una mezcla de los dos, probablemente lo sea y no sé si me importa demasiado, porque igual tengo que hacerlo. Tengo que hacerlo y tiene que ser ahora, antes de que mi jefe me descubra y sepa que no soy capaz. No me tiene que importar ni la ética ni la moral. A la mierda el juramento que afirmé jamás romper, a la mierda todos, de esto depende mi vida, y no tengo miedo de defenderla.
Siempre amé mi profesión, la de ser Médico Clínico, porque la vida estaba en mis manos, en mi inteligencia y en mis órdenes. Si te encontrás enfermo, recurrís a mí o a alguien como yo, para poder salir con vida. Ahí no importa si existe uno o varios Dioses, tu vida depende de mis manos y de mis decisiones, las cuales casi nunca son erradas. Lo único que me desanima de mi trabajo, es que nunca agradecen, jamás un gracias, ni siquiera un le agradezco. Pero bueno, no podía ser todo tan perfecto.
Eran las tres y cuarto de la tarde, y faltaba poco para mi misión. Los nervios estaban a flor de piel, no quería que pasara, pero no me quedaba otra opción. Nunca había probado la sangre de aquella manera, si he visto morir mucha gente, pero muy pocas veces a causa de mi mano, por mala praxis. Ahora simplemente tenía que matar a una persona, que estaría presente en el Hospital a las cuatro y treinta y cinco de la tarde, con un ligero dolor de estómago y mareos, causados por un veneno no tan maligno que mi jefe le había mandado a poner en la comida.
El máximo funcionaba así, te ordenaba día y horario en el que tenías que llevar a cabo la misión y así te ganabas un día más de vida. Siempre había hecho trabajos menores, como darle algún mensaje o mandar a alguien a algún lado. Pero nunca me había tocado matar. No así. Era obligación y no podía huir, porque el Jefe era como nuestro Dios, sabía dónde estábamos, qué comíamos, qué hacíamos y hasta qué pensábamos a veces. Y realmente daba miedo. Era un idiota con cicatrices en la cara, un idiota al que no le importaba el dinero, sólo le importaba hacer justicia con los que les debían favores o lo que sea. Y no tenía drama de matarlos, ni siquiera tenía miedo de salir a la calle él mismo, con sus cicatrices pintadas y hacerlo a la luz del día. Las cosas funcionaba como él quería en su mundo, y el mundo se movía a su antojo, siempre se salía con la suya. Pero yo no era él, no podía safar, si me descubrían o lo que sea, iba al muere y al Jefe le importaba un carajo, porque ya encontraría a otro desgraciado y sumiso como yo.
Cuatro menos cuarto. Debería irme de este despacho y partir hacia la guardia, porque en cualquier momento puede que el idiota que va a tener que morir llegue.
Han pasado dos días desde que la víctima llegó al hospital, y realmente no me fue para nada bien. Su forma de morir debía de ser sangrienta y yo no supe que más hacer además de clavarle el bisturí en su cuello. Pero erré a la yugular y no hizo nada más que chorrear sangre para todos lados. Mi instinto me dijo que tenía que arreglar lo que había hecho, pero la verdad era que estaba medio ebrio, medio mareado por la presión y no pude arreglar una mierda. Tuve que salir corriendo y huir de ese lugar, llegar a mi casa y empacar lo necesario para irme bien lejos. Me importaba un culo que el Jefe supiera a dónde me iba, pero no iba a poder vivir mucho tiempo más si seguía ahí tampoco. No sé si la víctima murió o llegaron a arreglarlo. Espero que haya muerto, mínimo tengo que tener un punto a favor.
Agarré las llaves del auto y fui a su alcance, con mi valija con un poco de ropa y plata que tenía ahorrada para irme de vacaciones, que iban a tener que esperar si es que salía vivo de esta.
Manejé, por horas, hasta que encontré un pueblucho medio abandonado, muy de película de terror yankee, con sus clichés aburridos y esas porquerías que no daban miedo. Fui en busca de un hotel y encontré uno más o menos lindo, que no parecía tan sucio como todos los demás que cuando entrás te das cuenta que es asqueroso sólo por el olor a tierra que hay allí adentro.
Pagué en la recepción un par de días, los que necesitaba para pensar en qué hacer. Noté que el recepcionista me miraba con cara rara, tenía los ojos abiertos casi del todo y con una mano temblorosa pero que quería ser controlada, me dio la habitación número veintidós. No le hice caso, en ese momento me sentía perseguido por todos, sentía que era el centro de atención de todo el mundo, porque claro, la culpa empieza a actuar muy rápido.
Subí las escaleras, hasta el piso número dos, ya que obviamente no había ningún ascensor, y llegué a mi habitación.
Abrí la puerta y sentí una presencia, no supe si era instinto o qué, pero olía a gato encerrado. Entré y en seguida al cerrar la puerta, la luz se enciende y encuentro al idiota de mi Jefe. Con una sonrisa en su cara, con sus cicatrices que relucían con la luz del foco. Empecé a temblar, quise huir por la puerta, pero ya no había vuelta atrás. Al parecer la víctima sólo resultó gravemente herida y todo el mundo me estaba buscando, todo eso pasó en unas cuantas horas. El Jefe me contaba esto con tranquilidad, como si siempre le hubiera pasado, y realmente daba miedo, me daba mucho más miedo él que otra cosa. Ni una me había salido bien y no pude hacer más que gritar y arrodillarme. Rogar por su perdón, prometer que nunca más iba a pasar. Y él lo único que supo decir fue "No, no va a volver a pasar", seguido de una desenfundada de arma y gatillo recién apretado.

samedi, mai 16

¿Coincidencia?

Camila a veces soñaba con los recuerdos de tiempos muy lejanos y siempre que lo hacía, despertaba agitada y asustada. Nunca se sentía a gusto cuando soñaba con su pasado, sobretodo porque volvía sentir lo mismo que había sucedido a flor de piel, y eso simplemente hacía que todo su fuero interno se confundiera y se llenara de tristeza. 
Siempre soñaba con esa persona que en algún momento amó y que por alguna extraña razón se alejó de ella. Cuando se despertaba, no deseaba otra cosa más que desaparecer del universo, de volar en mil pedazos para tan solo olvidar toda su historia. 
Ese día Camila soñó que ese chico, Lázaro, la miraba con sus ojos color negro y le decía cuánto la necesitaba. A ella se le revolvía el estómago de tan sólo pensar que él volvía a pensar en ella. Que él, después de tanto tiempo, la necesitaba. Sólo bastó esa mirada y que moviera sus labios para que ella caiga a sus pies. Pero claro, fue todo un sueño y Camila despertó desconcertada. 
Ese mismo día, salió a caminar. Siempre le gustaba caminar cuando necesitaba despejarse, porque adoraba la naturaleza, estar en contacto con ella la tranquilizaba y justo ese mismo día, estaba especial para eso. Salió con sus manos en los bolsillos de su campera de cuero, encerrada en sus pensamientos, tratando de acordarse de todo lo que sucedió en el sueño y perdiéndose por completo en los detalles del mismo. El brillo de sus ojos, su olor particular, porque sí, ella hasta se acordaba del aroma característico de ese hombre (esas cosas nunca se olvidan), para que lado tenía peinado su pelo, su lunar en el cachete izquierdo, su barba a medio crecer y la forma en que se movían sus labios al decirle “te necesito”. 
Caminaba sin rumbo mientras hablaba con su yo interno, cuestionándose el por qué de todos sus repentinos sentimientos por alguien que ya debería estar olvidado. 
Un aroma especial la fue devolviendo a la Tierra. Una mujer nunca se equivoca en cuanto a perfume de hombres se trata, sobre todo si se acuerda de todos y cada uno de ellos. Y si, ahí lo vio. Parado, esperando para cruzar la calle, mientras movía su pie derecho, ese estúpido tic que ella siempre odió. Sin rastros de haberla visto, ella se quedó mirándolo, pensando si era una coincidencia o si tenía que creer que algo los unía otra vez, para un reencuentro, justo el día que lo había soñado. 
Entre la duda de hablarle y quedar como una estúpida por los nervios o seguir como si nada, haciéndose la superada, apareció un momento. Ese momento en el que él gira su cabeza y la mira a los ojos, con esos ojos negros que tienen todo el recuerdo de lo que fueron cuando estaban juntos, quedándose ella paralizada por el miedo a obrar mal y él, dudoso de haber cometido el error de hacerle pensar que aún la necesitaba. Un instante de extrema adrenalina, de que el corazón late a mil por hora, sólo por una acción. Y solo con una acción, todo ese momento se fue, se fue con los pasos de Camila, cabizbaja y acelerada, y con la indiferencia de él, que cruzó la calle sin haber movido siquiera los labios. Los dos se fueron pensando en que hubiera pasado si hubieran vuelto a hablar, pero realmente ninguno quería saberlo, porque a veces las coincidencias no eran suficiente.

lundi, avril 6

Freaky sentimiento.

A María le gustaba el color de sus ojos. Siempre que podía se lo decía y lo comparaba con todo lo que encontraba parecido. A Emma no le gustaban demasiado, pero se conformaba con sólo escuchar que ella se sentía maravillada ante el arte infinito de su iris.
A veces María le decía que se mirasen varios minutos seguidos, para así poder descubrir mucho más sobre la personalidad de Emma. Creía que por cada minuto que pasaba mirándola, sus ojos descubrían un poco más de lo su alma escondía. Quería conocerla en profundidad y en todos los aspectos. Emma accedía de buena manera, aunque era mucho menos libre al momento de leer el alma de su compañera.
A cambio, Emma le pedía mantener sus labios lo más cerca posibles, sin tocarse, para poder congelar esa adrenalina en la anticipación de la conexión entre las dos. 
Las dos amaban de una forma en particular. María amaba por los ojos. Emma amaba por la boca. Pero a sí mismas se comprendían de una forma un poco peculiar. 
Lo importante era que sus corazones latían al mismo tiempo, sin importar nada más. Sólo el sentimiento de la nostalgia, girando a su alrededor, mientras se admiraban una a la otra.

vendredi, septembre 19

El sentido nonato de la posibilidad de existir.

Después de años de resistir, tenía ganas de gritar. La milésima gota de agua que revolcó el vaso fue el quinto fracaso de mi vida amorosa. ¿Cómo seguir el ejemplo que fue impuesto hace décadas atrás? Vivir toda una vida con sólo una persona, a pesar de todo lo horrible que eso conlleva en algunos casos. Vivir como si fuese una película de amor, una película que todos queremos vivir. Pero nunca llega, en esta época el romanticismo es otro tipo de arte, es otro tipo de sentimiento. Ya no se ve arraigado a solamente un ser humano, sino también a todo lo demás que nos rodea y es imposible amar solamente a una cosa. Imposible ser amante de una sola persona, porque todas tienen ese algo al cuál no me puedo resistir.
Grité, como forma de catarsis, sabiendo que eso no iba a solucionar nada, pero que el nudo en la garganta se iba a disolver para transformarse en sólo un pensamiento muy atrás en mi cerebro, listo para atormentarme cuando menos lo necesite.
Y por más que escuche a Rachmaninov, no encuentro música que me identifique tanto como el silencio. Como si solamente necesitase sentarme en una silla frente al piano y tocar las teclas sin que suenen, que sólo suenen en mi cabeza. 
El silencio, siempre vigilándome. Siempre interrumpiéndome en los momentos más hermosos, para hacerlos aún más hermosos.  
Volví a gritar, y entre gritos salieron las lágrimas por fin a relucirse y darme ese sabor amargo que sólo te da la tristeza sin sentido. 
Me recuerda que últimamente estoy reconsiderando mi existencia y te llamo, en medio de un ataque de pánico de no distinguir la realidad con la fantasía que existe en mi cabeza.
Sólo escuchás mi respiración. Intentás calmarme y entrás en pánico vos también. Pero ya es tarde, siempre es tarde para mí. Después de todo, no puedo seguir resistiendo.


Al final, pasó.

lundi, février 10

Lo que te hace grande (y ajeno)

Tal vez lo que me atraía de vos y este momento, era lo insignificante de las pequeñas cosas que se encontraban a nuestro alrededor. Como la cantidad justa de pasto donde estábamos sentados o la gama del color azul del mantel sobre el que estábamos sentados. Quería guardar todo aquello insignifcante en una foto mental para recordarla toda la vida, porque sabía que en un instante me sería quitado todo lo que había logrado construir para nosotros y ya nada estaría de igual forma. Me miraban tus ojos verdes y tu sonrisa, que era quizás la combinación más perfecta que jamás había visto y probablemente la mezcla que más me gustaba de vos. Me hablabas de lo que había sido tu vida y de lo lindo que era que nos hayamos encontrado en este lugar que poco conocía, pero que se me hacía tan familiar. Me contabas de tu carrera, de tu vida social. Me contabas de tus hobbies y de cuánto te gustaba estar al aire libre. Te conté que me alegraba muchísimo volver a saber de vos, saber que estás bien y que cada vez estás mejor. Que tu vida va yendo hacia la cima, al contrario de la mía.
Había una especie de aire extraño entre nosotros, era como si de ser amigos todas la vida, pasáramos a ser personas que recién se conocen y que quieren conocerse mucho más, de otra forma. Tu miraba pícara me confundía y no sabía si avanzar hacia vos o quedarme en mi lugar, tratando de no arruinar este momento tan lindo. Había veces que no te entendía, eras casi tan impredecible que sabía con qué cosa o situación nueva podrías llegar a salir o a contarme. Nos echamos tanto de menos que ni siquiera entendía por qué razón, si nunca nos llevamos demasiado bien y nunca supe muy bien por qué. Nuestra relación fue así: no saber muy bien qué pasaba, pero pasaba.
De repente saltaste y quisiste que vayamos a correr por el pasto que estaba mojado por la lluvia del día anterior. Te causaba felicidad el pasto mojado y su aroma, y no querías hacer otra cosa que correr por él. Lo hicimos y no me importó nada más. Ni el tiempo que se nos escurría por las manos, ni por los años que pasaron sin vernos. Sólo quería disfrutar y ser feliz por estar en la misma sintonía con vos y seguirte el juego por el mero gusto de verte sonreír. Maldita dulzura la tuya, la que me hizo sentir extraña por todo el rato, sintiendo que debía hacer algo sin saber qué. No sabía cómo interpretar el mensaje morse que me daban los pasos al correr al lado tuyo, pero nada me importaba menos. Me agarraste la mano y el mundo que yo creía que era perfecto, se derrumbó. Dejé de sentirme como  quién era yo y empecé a ver toda la escena desde otro punto de vista, escondida en un arbusto, como si estuviera espiándote. Y la muchacha que estaba al lado tuyo, no era yo. Su larga y castaña cabellera no era la mía, su vestido no era el mío, su color de uñas no era el mío, ni siquiera su mano era la mía. No logré comprender del todo qué era lo que pasaba. Por qué estaba en un arbusto, mirándote con un chica que no era yo. Porque estaba en ese lugar y cómo llegué hasta ahí si no fuiste vos el que me llevó. Besaste a la castaña a la cuál no llegué a verle la cara y no pude reconocer quién era, porque todo lo que había a mi alrededor, se empezó a esfumar, se empezó a desmaterializar, como si de drogas se tratara. Era como dar un paso atrás y volver al mismo lugar del principio, con tus ojos y tu sonrisa, pero recordadas desde otra perspectiva, porque no era yo la que estaba al tu lado. Incluso recuerdo que me hayas echado un vistazo cuando te diste cuenta que había algo raro en la espontaneidad del lugar, me miraste, ahora sí, directamente a los ojos, y como si no me conocieras seguiste jugando con tu castaña al estúpido juego que llamás amor.