jeudi, mai 2

La hora de Julia.

Abstracta, Julia se sentía abstracta.
Su cigarrillo se consumía en los dedos de su mano izquierda mientras ella pensaba en qué hacer con su vida.
La nicotina junto con el tabaco, todo mezclado en un humo intenso, quemaba su garganta y de paso también sus pulmones, pero eso le causaba tanto placer que difícilmente podría dejar de fumar alguna vez en su vida. Estaba en ropa interior, en el living, mirando hacia afuera por el ventanal enorme que tenía la vista de un parque donde los niños jugaban y eran felices, sin conciencia.
A veces le gustaría volver a ser niña, siempre pensaba en eso. Siempre pensaba que fue la mejor época de su vida cuando tranquilamente podía correr sin cansarse, horas y horas, tranquilamente podía hacer el ridículo porque claro, era niña y nadie la iba a juzgar por ser inocente y extraña. A veces anhelaba volver a sus primeros días, dónde todo la maravillaba y se sentía acogida por todo el mundo, todos le sonreían, todos estaban en post de enseñarle cosas y demostrarle que el mundo era alegre y divertido. Incluso en esa época se reía de absolutamente todo, la música jazz la calmaba cuando lloraba mucho y se dormía cuando su abuela la mecía en sus brazos mientras la miraba con unos ojos de no poder creer lo que tenía en su haber.
De pronto toda su vida empezaba a tener sentido cuando dijo apenas una palabra y descubrió que podía comunicarse de manera que la gente a su alrededor la entendiera sin tener que adivinar. De ahí en adelante, se dedicó a descubrir palabras nuevas, algunas totalmente inentendibles, algunas otras acertadas y algunas que ni siquiera existían, probablemente eran esas sus palabras favoritas, ya que las repetía todo el tiempo.
A medida que pasaban los años y su vocabulario se iba perfeccionando, ella encontraba la manera perfecta de expresarse y que todos quedaran perplejos, pues siempre iba con la verdad, sin importar las consecuencias, pues no se daba cuenta que en esta sociedad es más importante quedar bien con las personas que decir lo que uno piensa.
Ella no era como el resto de las nenas, ella jugaba en su casa del árbol, tenía las rodillas moradas de los golpes que se daba trepando. A Julia le encantaba la tierra, el agua y sobre todo los caracoles. Adoraba tocarle los ojitos y que se retrajeran, más grande se daría cuenta que los humanos nos comportamos igual cuando nos tocan algún lugar muy escondido de nuestro ser, que duele y nos retraemos para escondernos de lo que nos hace mal. Adoraba tanto su comportamiento que juntaba muchos caracoles, los ponía en su casa del árbol y los miraba, los dejaba ser, por más aburridos y lentos que fueran, a ella le fascinaban y siempre, cuando volvía, se encontraba que todos habían desaparecido, dejando dibujos de sus respectivas babas, haciendo que todo brille cuando el sol les daba.
Empezó el colegio y no tardó en hacer amigas, aunque ninguna se pareciera a ella y estaba entre ser un poco más como ellas, para no sentirse dejada de lado o ser ella misma. Probablemente su alma se corrompió por un tiempo, para poder ser un poco más feliz y entenderse con aquellas personitas tan diferentes a ella. Por suerte fue por poco tiempo, comprendió que es más válido ser una misma que ser una copia, un clon. Entre todo esto, Julia tenía una amiguita, un poco más chicas que ella, pero que se comprendían tanto que llegaron a ser como piel y uña: siempre unidas. Esa amiguita, se quedaba a contemplar el dibujo de los caracoles con ella, se embarraba con ella, nadaba en el agua con ella. Fue su época divertida de la infancia.
Julia se aburre rápido, muy rápido. Por ende decidió buscar otras amigas que sean un poco más acordes a lo que ella era, pero en su búsqueda sucedieron tantas cosas dolorosas que se termina sintiendo identificada por el dolor que las otras sienten. A veces, piensa Julia, el corazón debería dejar de bombear sangre al cerebro, para que se detenga todo, para poder dejar de pensar un rato en todo el dolor que uno lleva adentro cuando se va haciendo de experiencias, pero estaríamos muertos y entonces ya no serviría de nada.
El cigarrillo ya se había apagado y su olor quedaba impregnado siempre en las manos suaves, largas y blancas de Julia. Ella odiaba eso, el olor. Pero su adicción era tan grande que no importaba.
A veces ponerse a recordar las cosas simples de la vida no nos hacen tan bien, pensaba Julia y lo malo de esa tarde es que estaba melancólica, pues era un día oscuro y lleno de nubes negras, anunciando una lluvia torrencial a cada relámpago que iluminaba las caras que miraban hacia el cielo.

Ese día particularmente, Julia se sentía totalmente sola, y siempre que se sentía así, se daba cuenta que todos aquellos que admiraban su persona, que alguna vez la han de querer, siempre terminaban yéndose de una forma u otra, pero generalmente era porque Julia los espantaba, pues a veces no se entendía ni ella.

Así pasó con uno, dos, muchos jóvenes que pasaron por su vida, siempre era ella la que terminaba la relación, nunca encontraba lo que estaba buscando y cuando lo encontraba, definitivamente no era eso lo que ella quería. También le pasó con mujeres, que tampoco era lo que buscaba, aunque con las mujeres se llevaba bien, en el sexo no siempre quedaba satisfecha y entonces les decía adiós. Julia decía que una buena relación se basa en un buen sexo y unas buenas sonrisas, si no tenía las dos cosas, la cosa se volvía fea y siempre terminaba por huir de lo que no le gustaba.
Siempre, toda su vida, le ha pasado así, excepto una vez, una maldita vez que la habían agarrado con la guardia baja y se enamoró perdidamente, dejándola ciega, sorda y muda. Para ella era la perfección y simplemente no era más que otro ser humano que pasaba por su vida, por su cuerpo y por su corazón. Se dijeron adiós, aunque Julia no quería y simplemente desde ahí intenta olvidar, ruega que su mente sea buena y se olvide completamente, para así poder sanarse un poquito más y poder vivir un poco más feliz.

Prendió otro cigarrillo y fue a su habitación, donde puso música muy, muy alto, pues no quería escuchar sus propios pensamientos, porque eso significaba volver a caer en una depresión de día lluvioso, cosa que ella odiaba y amaba a la vez.
Por más fuerte que ponía la música, sus pensamientos seguían vigentes y de repente se puso a rememorar sus días de gloria, aquellos en que se sentía la mujer más feliz del universo porque tenía a sus amigas, tenía a sus pretendientes que esperaban a por un mensaje de ella diciéndole para ir a algún lugar oscuro, tomar y reír, también tenía su perro, a su familia y a la gente extraña que tanto observaba para descubrir sus comportamientos cuando piensan que nadie los mira. Pensó en el buen sexo, en como pocas personas pueden enloquecerla y en cómo la gente se cuestiona su libertar para hacer lo que ella quiera con quién quiera. Odiaba a esa gente, ella sentía un sentimiento de libertad en lo más profundo de su ser y nunca, pero nunca volvería a corromper ese sentimiento, nunca volvería a estar a encadenada a una persona sólo porque ésta le había pintado un mundo de colores. No. La próxima vez tenía que tener alguna razón más válida, tenía que sentir morirse y revivir por esa persona, tenía que sentir el sentimiento, dejarse llevar y que nada importe. No, si esa persona no le provocaba eso, ella no se pensaría dos veces el hecho de ser libre.
A veces sentía que inspiraba miedo en las personas, por su carácter de mierda, como decían algunos, ese carácter sincero y ácido que era típico de una persona como ella que no encajaba en ningún lado.
Incluso a veces creía que tenía algún poder, alguna facultad para que le pasen cosas raras, como por ejemplo: que uno de sus chicos le cuente que, mientras ella dormía en su hombro derecho, él la vio parada por el lado izquierdo, mirándolo fijo sin mirar y con una mano levantada, como si quisiera matarlo. Ella se sorprendió tanto, aunque estuviera acostumbrada a ese tipo de cosas, que sintió que había conocido a su propio Doppelgänger, su otro yo. Siempre se había sentido fascinada por las otras dimensiones, si es que existían y también creía que en realidad somos una pequeña parte del universo, tan pequeña que, incluso si hicieras lo que hicieras, tarde o temprano te olvidarían y no queda ni rastro de lo que hemos sido en la vida. Y que siempre tenemos que soñar o añorar algo, porque ese es el motor de la vida, y simplemente no tiene sentido despertarse cada día si no estás dispuesto a cambiar un mundo, tu mundo o el mundo de cualquier persona.

Volvió a la realidad y agarró su teléfono celular y tecleó un mensaje para algún destinatario X, mientras fumaba el tercer cigarrillo en lo que va de la hora. Buscó unos jeans rotos, desprolijos y se los puso, también se vistió con una remera de The smiths, con la cara de Morrisey y trató de peinarse.
Su cabello era uno de sus problemas, nunca lograba dejarlo en su lugar, siempre terminaba toda despeinada y todos acostumbraban a verla así y a ella mucho no le importaba, sólo cuando tenía que ir realmente peinada a algún lugar importante, que pocas veces ocurría. Para solucionar ese problema, se cortó el pelo corto, así era un poco más fácil ganar la pelea, y se dio cuenta que por suerte su pelo corto quedaba bien incluso despeinado.
Se calzó sus borcegos negros y ató sus cordones.
Trató de ordenar su desordenado apartamento, pero era imposible, siempre fue oscuro y todo estaba en cualquier lugar.

Escuchó el ruido fuerte de una moto y supo que había llegado aquél destinatario X. Y en seguida, como lo predijo, sonó el timbre dos veces.

Julia prendió su cuarto cigarrillo, agarró su campera de cuero, dejó su teléfono celular tirado en la mesa ratón del living y sólo llevó consigo un poco de plata y las llaves del apartamento.
Bajó las escaleras rápidamente, ya que el ascensor no andaba bien y le daba miedo quedarse atrapada ahí adentro sola y casi sin parar a descansar, llegó a la puerta, donde el destinatario X la esperaba del otro lado, con su campera de cuero, su remera de Iron Maiden, un jean oscuro y borcegos negros.

Lo miró a los ojos, lanzó el humo del cigarrillo para arriba y sintió que el mundo de pensamientos se desvanecía, con solo pensar en la tarde que le esperaba junto al Destinatario X.

Julia nunca decía los nombres de sus chicos, siempre les ponía apodos y este justamente era X. Y esta tarde había pedido su tiempo para pasarla bien y tratar de no caer en una nostalgia que podía llega a tener peores resultados de lo que uno se imagina.

Simplemente se miraron y entendieron todo, ella se subió en la moto, atrás del Destinatario X y lo abrazó fuertemente, sintiendo su aroma a perfume y acordándose de los pequeños placeres de la vida (ese era uno de sus preferidos).

Hoy Julia se sentía abstracta, ahora se siente infinita.

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1 commentaire:

  1. Me gustaria conocer a esa Julia, espero que no seas vos.. te sigo. Pasate por el mio: www.remyleblanc.blogspot.com

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