vendredi, janvier 17

Perdida en sus palabras.

Berenice seguía gastando tiempo en su depresión. No podía creer cuán aburrida su vida se volvió, ahora sólo se limitaba a comer y a llorar como si no hubiera mañana. Creía que todo lo que le pasaba era porque la vida se estaba cobrando algunas deudas del pasado y simplemente lo aceptaba. 
Se moría de ganas de saber cómo llegó a tal punto de creer que su vida era del extremo más aburrido y monótono que jamás tuvo. Se dedicaba a mirar todos los recuerdos de su vida, que muy cuidadosamente se guardaban en una  un pequeño cofre. Siempre creyó ser una buena niña, pues creía que nadie la odiaba de verdad, simplemente ella quería hacer el bien, alejándose, para no envenenar a las personas con toda la mierda que pasaba por su cabeza.
Leía las cartas que su ex novio le había escrito, siempre salía con escritores que le escribían las cosas más dulces y profundas del mundo, aprovechando de que habían encontrado su musa inspiradora. Se aprovechaba de sus palabras, amaba sentirse querida y cada vez que alguien le escribía algo, ella sentía que parte de su piel y cuerpo quedaba inmortalizada en pequeños párrafos que la describían perfectamente. No quería otra cosa más que dejar una huella de vida para cuando ya no esté, y que alguien simplemente la recree en su mente, para seguir siendo inmortal pero sin que nadie la conociera realmente. Pero esos deseos eran cosa del pasado, estaba sola y realmente no quería tener a nadie a su lado ahora. 
Cada vez que leía las palabras que le fueron dedicadas, quería llorar, porque los escritores logran algo que no puede lograr otra persona común y corriente, logran tocar tu alma sin siquiera ponerte un dedo encima. Y eso era lo que ella amaba de ellos. Que la comprendieran, que comprendieran cuan profundo era su ser y cuánto laberinto habitaba en su cabeza, un laberinto aparentemente sin salida, porque nunca nadie le encontraba la vuelta.
Su ex novio la describía como una pequeña llamarada loca, y ella se parecía en algo. Era impredecible, hacía pasar vergüenza a las personas, hacía que sus chicos la lleven a cococho, saltaba con ellos, bailaba en el medio de la vereda cuando un auto pasaba con música fuerte y trataba de no pisar las rayas de las baldosas. Quería hacer ver al mundo que todo era posible y que la vida era una diversión. Que no queda tiempo para el aburrimiento, la espontaneidad se tiene que encargar de eso. 
Acariciaba a cualquier perro que veía, gritaba en la calle, cantaba, y hacía escenas de celos fingidas, para que la gente se turnara a verla a ella como una víctima y a él como el culpable. Siempre era el centro de atención en todos lados y no era para menos, porque Berenice también tenía un aspecto que llamaba la atención de todos, rubia y de pelo corto, despeinado, con unas piernas que rompían la tierra y una blancura que brillaba en cualquier lado. Sus ojos color avellana que deslumbraban a cualquiera que los mirase directamente, pero ahora su vida transcurría sin nadie a su lado. 
Berenice no quería causar más daño, se fugaba muy fácilmente de la vida de sus candidatos, pues siempre encontraba algo que no iba con ella y no lo soportaba. Y cuando así era, simplemente desaparecía y ese chico, que terminaba con el corazón roto, no volvía a saber nada más de ella, porque así ella lo pactaba al principio, si desaparecía, no la volverían a buscar nunca más, porque probablemente ya había cambiado de aspecto, de gusto, de color de pelo y de todo, porque se transformaba en otra persona, era totalmente distante y nunca jamás cometería el error de volver con alguien a quien había dejado.
Lo triste de la vida de Berenice, era que tal así era su personalidad, así de loca, así de espontánea, que cuando se deprimía, se deprimía con todo. Se entristecía con todo. No manejaba términos medios, o era mucho o era poco. No quería salir de su casa, no quería ver a nadie. Llenaba su cabeza de historias, de libros, de películas de amor. Y lloraba, porque ella nunca iba a tener uno así. Porque sentirse tan hija de puta nunca la iba a  dejar que su relación fluya de una buena forma. Su mente se contradecía todo el tiempo, era divertida, pero estaba deprimida, sabía que era buena, pero se sentía una hija de puta por tener tan claras las cosas [por lo visto no le servía de mucho]. 
Probablemente ella ahora esté mirando a un punto fijo, desenfocando su vista para enfocarla en algún objeto que le llame la atención. O quizás esté leyendo El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez, mientras una lágrima le recorre su mejilla izquierda. O simplemente puede estar gritándole a la almohada, que últimamente era su único método de descargue. O así me la imagino yo, porque me dejó y quiero creer que su vida se ha retornado un infierno aburrido, porque no soporto la idea de pensarla igual de feliz y espontánea, pero con otro corazón que no sea el mío.

Foto de Miss complejo.
MISS COMPLEJO.

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